El catorce de febrero pasado, además del día de los enamorados fue el miércoles de ceniza, día en el que se dejan atrás los excesos festivos y gastronómicos del carnaval y se entra en un periodo de reflexión y abstinencia que durará cuarenta días hasta el Jueves Santo y que representan los cuarenta días que Jesús estuvo en el desierto.
Mal día para celebrar el día de los enamorados por aquello de la abstinencia.
Existe toda una cultura del comer de carácter católico dedicada solo a la época de la cuaresma en la que prevalecen los sustitutos de la carne y que, de alguna manera, regulan los excesos previos de la navidad y del carnaval.
O mejor dicho una cultura del no comer, que tiene que ver con el ayuno, práctica que se da en casi todas las religiones, ya sea la cuaresma en la católica, el ramadán en la musulmana , el yom kippur en la judía y que, de alguna manera, establece la forma de controlar el deseo para el crecimiento espiritual y la proximidad a dios.
Terminamos la cuaresma el Jueves Santo día que se conmemora otro importantísimo evento gastronómico, nada más y nada menos que la última cena de Jesús y los apóstoles para finalizar este periodo con el Domingo de Pascua, día que se regala la rosca con huevos que representan la resurrección y la vida.
Ahora bien…pasada la navidad, el carnaval, la cuaresma y la Semana Santa comienza la verdadera temporada gastronómica de la que ya no se escapa ni dios… “la operación bikini”.
Esta sí que tiene un verdadero carácter religioso: o religiosamente vas al gimnasio o no pisarás la playa en todo el verano. Así que, no te queda otra que aparecer por allí y reconocer que sí, que eres tú el que llevas tres meses pagando pa’ na’… que has hecho examen de conciencia y que estás dispuesto a cambiar tu vida y conceptos de tu “yo” más profundo como “cocido”, “chuletón” o “cubata” por ideas que hasta ahora jamás habías oído como “reducir” “endurecer” o “tonificar”.